Cuentan
que un candidato a ingresar como aprendiz en la construcción del Gran Templo se
hallaba solo superando una de las pruebas impuestas para alcanzar su propósito
de ingresar a la cofradía. Se hallaba solo en medio de la noche oscura con un
arco y una flecha. Le habían dicho que la llave para abrir el cofre donde se
encontraban los instrumentos para la ceremonia de iniciación. Para encontrarla
y poder abrir el cofre era preciso descifrar el sentido de la palabra SILENCIO.
Fue
así como el candidato avanzó toda la noche oscura en medio del bosque. Durante
todo el camino lo pasó pensando sin parar un solo instante, paraba de caminar
pero no podía detener su pensamiento. Se movía tan rápido que hacía un
estruendoso ruido interno tan infernal que no lo dejaba escucharse ni a él
mismo.
En
realidad no estaba seguro si el silencio significaba que no debería repetir los
secretos que le fuesen encomendados. O si consistía en un ejercicio que lo
obligaba a no hablar absolutamente nada ha ver si podía escuchar las palabras
que oía. Lamentablemente no las escuchaba porque el piloto automático no le
permitía escuchar su ruido interno que ya estaba elaborando la respuesta mucho
antes de que terminasen de formularle la pregunta.
Cansado
de caminar sin que se asomara la más leve oportunidad de que amaneciera,
parecía que el tiempo se había detenido. Pero su pensamiento ni siquiera
disminuía la velocidad, menos detenerse a parar el ruido interno de sus propias
ideas.
Extenuado
se recostó sobre la laja que tapaba el cofre donde se guardaban los
instrumentos para su iniciación. En seguida oyó un ruido en lo alto de lo que
parecía la rama de un árbol, el canto de un ave descomunal. De una vez tensó su
arco y disparó la flecha. Cuando el ave cayó bajo sus pies. Siguió pensando que
si el ave hubiera guardado silencio ahora estaría viva. El candidato regresó
orgulloso de su intelecto por haber encontrado la respuesta de manera tan
fácil.
Sobre
la rama del árbol estaba otra ave que pensaba silenciosamente hacia sus adentros,
que si él hubiera escuchado el canto del ave asesinada, con el cuál trataba de
decirle donde estaba la llave del cofre sobre el cual se había recostado. Pero
mató al ave antes de escuchar lo que estaba diciendo.