Páginas

domingo, 7 de febrero de 2016

El Silencio Eloy Reverón

Cuentan que un candidato a ingresar como aprendiz en la construcción del Gran Templo se hallaba solo superando una de las pruebas impuestas para alcanzar su propósito de ingresar a la cofradía. Se hallaba solo en medio de la noche oscura con un arco y una flecha. Le habían dicho que la llave para abrir el cofre donde se encontraban los instrumentos para la ceremonia de iniciación. Para encontrarla y poder abrir el cofre era preciso descifrar el sentido de la palabra SILENCIO.

Fue así como el candidato avanzó toda la noche oscura en medio del bosque. Durante todo el camino lo pasó pensando sin parar un solo instante, paraba de caminar pero no podía detener su pensamiento. Se movía tan rápido que hacía un estruendoso ruido interno tan infernal que no lo dejaba escucharse ni a él mismo.
En realidad no estaba seguro si el silencio significaba que no debería repetir los secretos que le fuesen encomendados. O si consistía en un ejercicio que lo obligaba a no hablar absolutamente nada ha ver si podía escuchar las palabras que oía. Lamentablemente no las escuchaba porque el piloto automático no le permitía escuchar su ruido interno que ya estaba elaborando la respuesta mucho antes de que terminasen de formularle la pregunta.
Cansado de caminar sin que se asomara la más leve oportunidad de que amaneciera, parecía que el tiempo se había detenido. Pero su pensamiento ni siquiera disminuía la velocidad, menos detenerse a parar el ruido interno de sus propias ideas.

Extenuado se recostó sobre la laja que tapaba el cofre donde se guardaban los instrumentos para su iniciación. En seguida oyó un ruido en lo alto de lo que parecía la rama de un árbol, el canto de un ave descomunal. De una vez tensó su arco y disparó la flecha. Cuando el ave cayó bajo sus pies. Siguió pensando que si el ave hubiera guardado silencio ahora estaría viva. El candidato regresó orgulloso de su intelecto por haber encontrado la respuesta de manera tan fácil.


Sobre la rama del árbol estaba otra ave que pensaba silenciosamente hacia sus adentros, que si él hubiera escuchado el canto del ave asesinada, con el cuál trataba de decirle donde estaba la llave del cofre sobre el cual se había recostado. Pero mató al ave antes de escuchar lo que estaba diciendo.