I.- Hoy es un día propicio para
recordar la presencia de José Enrique Rodó en la Historia de la Filosofía de
Nuestra América. Alguien que haya llegado al mundo un día 15 de julio de 1871
con su nivel de formación intelectual y con apenas 45 años de vida, es digno de
ser recordado, y aunque el 1 de mayo próximo pasado se cumplió un siglo de su
partida al Oriente Eterno, no hemos percibido suficiente eco del merecido recuerdo que le debemos.
San Bernardino rindió en su momento a José Enrique |
La vida no es fortuita colocando
a las personas con las capacidades natas en los lugares adecuados. Imaginen a
un joven que desde su temprana edad alberga los gustos por la historia y la
literatura pero sus estudios se ven obstaculizados por la muerte de su padre en
plena adolescencia. José Enrique se vio obligado a trabajar a los catorce años
de edad como escribano. Se inicia en los misterios de un oficio donde tiene la
obligación de dar fe de la autenticidad de las escrituras y de los actos
públicos cuya veracidad es necesaria explicar por escrito. El producto de dicha
experiencia se vio reflejado en su actividad poética y de crítica literaria al
punto de ser fundador, junto con un destacado grupo de intelectuales uruguayos,
de la Revista Nacional de Literatura y
ciencias sociales.
Celfoto de su busto en San Bernardino |
individuo debe aspirar a la perfección y a ideales altruistas, y donde el interés personal declina ante la alternativa de un balance armónico de la vida.
En El Mirador de Próspero, Rodó refiere al personaje principal de La Tempestad de Shakespeare, entre los ensayos que publicó en esa oportunidad está el artículo que centró nuestra atención sobre este libro, destacamos “Bolívar” esboza una interpretación del personaje desde nuestra óptica, pero que además lo explican como pocos en nuestros medios. Bolívar como héroe por excelencia de la unidad hispanoamericana que personifica lo que hay de peculiar y característico en nuestra historia: “Es el barro de América atravesado por el soplo del genio, que transmuta su aroma y su sabor en las propiedades del espíritu, y hace exhalarse de él, en viva llama, un distinta y original heroicidad.” (El Mirador de Proteo:122) No estableció diferencia entre unidad y emancipación que Rodó tiene el tino de señalar como dos fases de un mismo pensamiento: “La América emancipada se representó siempre a su espíritu, como una indisoluble confederación de los pueblos (…) en el concreto y positivo de una organización que levantase a su común consciencia política que levantase a común consciencia política las autonomías que determinaba la estructura de los disueltos virreinatos.”(Idem) Es la agudeza del enfoque de Rodó para percibir que Simón Bolívar, ya desde 1813 asume el gobierno en nombre de Nuestra América y destaca cómo se asoma en su política la idea de la unidad continental. Su precisión al catalogar a la Caracas palaciana y académica de los últimos días de la Colonia.
Gilberto Merchán Autor de: El regreso de Ariel y otros ensayos |
En una obra publicada en Valparaíso, puerto de Chile, faro de la cultura suramericana, que ha albergado a notables filósofos de nuestra América como Simón Rodríguez. A comienzos de la década de los setenta, el
venezolano Gilberto Merchán publicó un libro, cuya edición es considerada como
un libro raro, porque fue incinerada junto a la de los filósofos e
historiadores, poetas y novelistas del pensamiento crítico latinoamericano, por
los milicos y esbirros de la dictadura militar comandada por Augusto Pinochet.
El libro en cuestión El regreso de Ariel y otros ensayos.
En ese libro merchán destaca la
importancia de la obra de Rodó en su crítica a Bolívar y Montalvo. Me llamó la
atención, que sobre la difusión del pensamiento de Simón Bolívar sobre el
estadounidense Richard McGee Morse (1922-2001), profesor de la Universidad de
Columbia, y de la Universidad de Puerto Rico, quien fundamenta en la Obra de
José Enrique Rodó. La referencia es El espejo de Próspero, el mago de la
tempenpedad de Shakespeare apoya completamente su trabajo académico sobre la
obra de Luis Enrique Rodó.
Dejaremos para una segunda parte
de esta modesta conmemoración este breve esbozo que nos permita iniciar un diálogo
con nuestros contertulios para ahondar en este pensamiento que transmite, una
historia con vocación de actualidad. Aquí está después de cien años de su
despedida, la misma historia, el mismo proceso de una América que espera por la
unión y la integración de unos pueblos que están sometidos por otro tipo de
cadenas, por unos iluminados que cuando se sitúan ante la verdadera luz le
tiran piedras que no alcanzan apagarla porque no pueden verla. Pero allí está
Rodó contemplándonos como Diógenes con su lámpara, llevándola eternamente para
desvanecer las sombras.´
II.- La primer lectura de de Rodó nos hizo comprender a algunos que hay una misión solidaria en los pueblos, y que nosotros dependíamos de todos los que dependían de nosotros. Esta idea que precede nos llega textualmente de la pluma de Alfonso Reyes (1889-1959), sería suficiente para pensar, pero mucho más aún cuando es ese lúcido mexicano quien firma. No es cualquier huelefrito como diría Aquiles Nazoa, es Alfonso Reyes quien está haciendo esta afirmación acerca de ese señor del busto de la redomita de San Bernardino alrededor de la cual giran cientos de personas diariamente, y seguramente algunos se habrán detenido a ver el nombre en la plaquita, si no la han arrancado todavía los vándalos. Seguramente no habrán sido pocos quienes se habrán preguntado ¿Quién es Jesús Enrique Rodó? 0 ¿Cómo rodó la imagen de este señor desde tan lejos y desde tan cerca al mismo tiempo?
Tanto Reyes como Rodó tienen una profunda consciencia de algo que desde el imperio de la superficialidad dominante, suena exótico, politiquero, todo lo que el lector imagina, pero son pocos los que perciben la esencia de la fraternidad americana expresada por un joven de entonces llamado Alfonso Reyes quien para introducir un artículo de en la revista Unión Hispanoamericana de Madrid, en 1917, justo hace un siglo en estos días, estaba escribiendo una una idea que pasaría como rebobinada para pocos, en el despeñado México de los nietos de su autor: "No sé si os asombrará lo que os digo; pero hubo un día en que mi México pareció - para las conciencias de los jóvenes - un don inmediato que los cielos le habían hecho a la tierra, un país brotado de súbito entre dos mares y dos ríos: sin deudas con el ayer ni compromisos con el mañana. Se nos disimulaba el sentido de las experiencias del pasado, y no se nos dejaba aprender el provechoso temor del porvenir. Toda noticia de nuestra verdadera posición ante el mundo se consideraba indiscreta. Por miedo al contagio, se nos alejaba de ciertas "pequeñas repúblicas revolucionarias". Y teníamos un concepto estático de la patria, y desconocíamos los horrores que nos amenazaban". (Reyes 1917)
Reyes lo recuerda en la inmediatez del primer recuerdo póstumo de su amigo de las consoladoras palabras que nunca perdió la fe en el hombre, ni en la naturaleza del educador incansable: "No desmayéis - repetía Rodó - no desmayeis en predicar el Evangelio de la delicadeza a los escitas, el Evangelio de la inteligencia a los beocios, el Evangelio del desinterés a los Fenicios". Exaltaba Reyes, las virtudes del hombre que no se dio por vencido ante el derrumbamiento social. Saca a flote una cita de un texto de Rodó en Diálogo de bronce y mármol: "El hombre ya no existe. (...) Los que hoy se llaman hombres, noble título que quisieron llevar tu Dios y los míos, no lo son sino en mínima parte. Todos están mutilados, todos están truncos. (...) Falta entre ellos aquella alma común de donde nació siempre cuanto se hizo duradero y de grande. (...) Han eliminado de la sabiduría, la belleza; de la pasión, la alegría; de la guerra, el heroísmo. Y su genio es la invención utilitaria,... Antes de finalizar Alfonso Reyes se pregunta ¿qué árabe le enseñó el secreto de la gracia insinuante? "Aquí como en todo, sabía que el problema está en el espíritu, y que el espíritu tiene que engendrar por sí sus formas adecuadas. (...) Y hoy nos volvemos hacia él en busca de una arquitectura sagrada que resista el fuego de la barbarie, mientras le enviamos, arrobados, el vuelo de nuestras más altas promesas,...
II.- La primer lectura de de Rodó nos hizo comprender a algunos que hay una misión solidaria en los pueblos, y que nosotros dependíamos de todos los que dependían de nosotros. Esta idea que precede nos llega textualmente de la pluma de Alfonso Reyes (1889-1959), sería suficiente para pensar, pero mucho más aún cuando es ese lúcido mexicano quien firma. No es cualquier huelefrito como diría Aquiles Nazoa, es Alfonso Reyes quien está haciendo esta afirmación acerca de ese señor del busto de la redomita de San Bernardino alrededor de la cual giran cientos de personas diariamente, y seguramente algunos se habrán detenido a ver el nombre en la plaquita, si no la han arrancado todavía los vándalos. Seguramente no habrán sido pocos quienes se habrán preguntado ¿Quién es Jesús Enrique Rodó? 0 ¿Cómo rodó la imagen de este señor desde tan lejos y desde tan cerca al mismo tiempo?
Tanto Reyes como Rodó tienen una profunda consciencia de algo que desde el imperio de la superficialidad dominante, suena exótico, politiquero, todo lo que el lector imagina, pero son pocos los que perciben la esencia de la fraternidad americana expresada por un joven de entonces llamado Alfonso Reyes quien para introducir un artículo de en la revista Unión Hispanoamericana de Madrid, en 1917, justo hace un siglo en estos días, estaba escribiendo una una idea que pasaría como rebobinada para pocos, en el despeñado México de los nietos de su autor: "No sé si os asombrará lo que os digo; pero hubo un día en que mi México pareció - para las conciencias de los jóvenes - un don inmediato que los cielos le habían hecho a la tierra, un país brotado de súbito entre dos mares y dos ríos: sin deudas con el ayer ni compromisos con el mañana. Se nos disimulaba el sentido de las experiencias del pasado, y no se nos dejaba aprender el provechoso temor del porvenir. Toda noticia de nuestra verdadera posición ante el mundo se consideraba indiscreta. Por miedo al contagio, se nos alejaba de ciertas "pequeñas repúblicas revolucionarias". Y teníamos un concepto estático de la patria, y desconocíamos los horrores que nos amenazaban". (Reyes 1917)
Reyes lo recuerda en la inmediatez del primer recuerdo póstumo de su amigo de las consoladoras palabras que nunca perdió la fe en el hombre, ni en la naturaleza del educador incansable: "No desmayéis - repetía Rodó - no desmayeis en predicar el Evangelio de la delicadeza a los escitas, el Evangelio de la inteligencia a los beocios, el Evangelio del desinterés a los Fenicios". Exaltaba Reyes, las virtudes del hombre que no se dio por vencido ante el derrumbamiento social. Saca a flote una cita de un texto de Rodó en Diálogo de bronce y mármol: "El hombre ya no existe. (...) Los que hoy se llaman hombres, noble título que quisieron llevar tu Dios y los míos, no lo son sino en mínima parte. Todos están mutilados, todos están truncos. (...) Falta entre ellos aquella alma común de donde nació siempre cuanto se hizo duradero y de grande. (...) Han eliminado de la sabiduría, la belleza; de la pasión, la alegría; de la guerra, el heroísmo. Y su genio es la invención utilitaria,... Antes de finalizar Alfonso Reyes se pregunta ¿qué árabe le enseñó el secreto de la gracia insinuante? "Aquí como en todo, sabía que el problema está en el espíritu, y que el espíritu tiene que engendrar por sí sus formas adecuadas. (...) Y hoy nos volvemos hacia él en busca de una arquitectura sagrada que resista el fuego de la barbarie, mientras le enviamos, arrobados, el vuelo de nuestras más altas promesas,...
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