Memoria dirigida a los ciudadanos
de la Nueva Granada por un caraqueño.
15 de diciembre de 1812
[Conciudadanos]
[1]
Libertar a la Nueva Granada de la
suerte de Venezuela y redimir a ésta de la que padece, son los objetos que me he
propuesto en esta memoria. Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con
indulgencia en obsequio de miras tan laudables.
[2]
Yo soy, granadinos, un hijo de la
infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y
políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria,
he venido a seguir los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente
tremolan en estos Estados.
[3]
Permitidme que animado de un celo
patriótico me atreva a dirigirme a vosotros, para indicaros ligeramente las
causas que condujeron a Venezuela a su destrucción, lisonjiándome que las
terribles y ejemplares lecciones que ha dado aquella extinguida República,
persuadan a la América a mejorar su conducta, corrigiendo los vicios de unidad,
solidez y energía que se notan en sus gobiernos.
[4]
El más consecuente error que
cometió Venezuela al presentarse en el teatro político fue, sin contradicción,
la fatal adopción que hizo del sistema tolerante; sistema improbado como débil
y ineficaz, desde entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenido
hasta los últimos períodos, con una ceguedad sin ejemplo.
[5]
Las primeras pruebas que dio
nuestro gobierno de su insensata debilidad, las manifestó con la ciudad
subalterna de Coro, que denegándose a reconocer su legitimidad, la declaró
insurgente, y la hostilizó como enemigo.
[6]
La Junta Suprema en lugar de
subyugar aquella indefensa ciudad, que estaba rendida con presentar nuestras
fuerzas marítimas delante de su puerto, la dejó fortificar y tomar una actitud
tan respetable que dejó subyugar después la confederación entera, con casi
igual facilidad que la que teníamos nosotros anteriormente para vencerla,
fundando la Junta su política en los principios de humanidad mal entendida que
no autorizan a ningún gobierno para ser por la fuerza libres a los pueblos
estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.
[7]
Los códigos que consultaban
nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del
Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose
repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo
la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por
jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por
soldados. Con semejante subversión de principios y de cosas, el orden social se
sintió extremadamente
conmovido, y desde luego corrió
el Estado a pasos agigantados a una disolución universal que bien pronto se vio
realizada.
[8]
De aquí nació la impunidad de los
delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos, y
particularmente por nuestros natos e implacables enemigos los españoles
europeos, que maliciosamente se habían quedado en nuestro país, para tenerlo
incesantemente inquieto y promover cuantas conjuraciones les permitían formar
nuestros jueces, perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan
enormes, que se dirigían contra la salud pública.
[9]
La doctrina que apoyaba esta
conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de algunos escritores que
defienden la no residencia de facultad en nadie para privar de la vida a un
hombre, aun en el caso de haber delinquido éste en el delito de lesa patria. Al
abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a
cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los
gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia. ¡Clemencia criminal,
que contribuyó más que nada a derribar la máquina que todavía habíamos enteramente
concluido!
[10]
De aquí vino la oposición
decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas y capaces de presentarse en
el campo de batalla, ya instruidas, a defender la libertad con suceso y gloria.
Por el contrario, se establecieron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas,
que además de agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la plana
mayor, destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus lugares e hicieron
odioso el Gobierno que obligaba a éstos a tomar las armas y a abandonar sus familias.
[11]
Las repúblicas, decían nuestros
estadistas, no han menester de hombres pagados para mantener su libertad. Todos
los ciudadanos serán soldados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma,
Venecia, Génova, Suiza, Holanda, y recientemente el Norte de América, vencieron
a sus contrarios sin auxilio de tropas mercenarias siempre prontas a sostener
el despotismo y a subyugar a sus conciudadanos.
[12]
Con estos antipolíticos e
inexactos raciocinios fascinaban a los simples; pero no convencían a los
prudentes que conocían bien la inmensa diferencia que hay entre los pueblos,
los tiempos y las costumbres de aquellas repúblicas y las nuestras. Ellas, es verdad
que no pagaban ejércitos permanentes; mas era porque en la antigüedad no los había,
y sólo confiaban la salvación y la gloria de los Estados, en sus virtudes
políticas, costumbres severas y carácter militar, cualidades que nosotros
estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el
yugo de sus tiranos, es notorio que han mantenido el competente número de
veteranos que exige su seguridad; exceptuando al Norte de América, que estando
en paz con todo el mundo y guarnecido por el mar, no ha tenido por conveniente
sostener en estos últimos años el completo de tropa veterana que necesita para
la defensa de sus fronteras y plazas.
[13]
El resultado probó severamente a
Venezuela el error de su cálculo, pues los milicianos que salieron al encuentro
del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma, y no estando habituados a la
disciplina y obediencia, fueron arrollados al comenzar la última campaña, a
pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes por llevarlos
a la victoria. Lo que causó un desaliento general en soldados y oficiales, porque
es una verdad militar que sólo ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse
a los primeros infaustos sucesos de una campaña. El soldado bisoño lo cree todo
perdido, desde que es derrotado una vez, porque la experiencia no le ha probado
que el valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.
[14]
La subdivisión de la provincia de
Caracas, proyectada, discutida y sancionada por el Congreso Federal, despertó y
fomentó una enconada rivalidad en las ciudades y lugares subalternos, contra la
capital; ?la cual, decían los congresales ambiciosos de dominar en sus
distritos, era la tirana de las ciudades y la sanguijuela del Estado?. De este
modo se encendió el fuego de la guerra civil en Valencia, que nunca se logró
apagar con la reducción de aquella ciudad; pues conservándolo encubierto, lo
comunicó a las otras limítrofes, a Coro y Maracaibo; y éstas entablaron
comunicaciones con aquéllas, facilitaron, por este medio, la entrada de los
españoles que trajo consigo la caída de Venezuela.
[15]
La disipación de las rentas
públicas en objetos frívolos y perjudiciales, y particularmente en sueldos de
infinidad de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legisladores,
provinciales y federales, dio un golpe mortal a la República, porque la obligó
a recurrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin otras garantías
que las fuerzas y las rentas imaginarias de la confederación. Esta nueva moneda
pareció a los ojos de los más, una violación manifiesta del derecho de propiedad,
porque se conceptuaban despojados de objetos de intrínseco valor, en cambio de
otros cuyo precio era incierto y aun ideal. El papel moneda remató el descontento
de los estólidos pueblos internos, que llamaron al comandante de las tropas españolas,
para que viniese a librarlos de una moneda que veían con más horror que la servidumbre.
[16]
Pero lo que debilitó más el
Gobierno de Venezuela fue la forma federal que adoptó, siguiendo las máximas
exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para que se rija por S
mismo, rompe los pactos sociales y constituye a las naciones en anarquía. Tal
era el verdadero estado de la Confederación. Cada provincia se gobernaba independientemente;
y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la
práctica de aquéllas, y la teoría de que todos los hombres y todos los pueblos
gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode.
[17]
El sistema federal, bien que sea
el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad,
es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados.
Generalmente hablando, todavía nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud
de ejercer por S mismos y ampliamente sus derechos; porque carecen de las virtudes
políticas que caracterizan al verdadero republicano; virtudes que no se adquieren
en los gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos y los deberes
del ciudadano.
[18]
Por otra parte, ¿qué país del
mundo, por morigerado y republicano que sea, podrá, en medio de las facciones
intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado y
débil como el federal? No es posible conservarlo en el tumulto de los combates
y de los partidos. Es preciso que el Gobierno se identifique, por decirlo así,
el carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo
rodean . Si éstos son prósperos y serenos, él debe ser dulce y protector; pero
si con calamitosos y
turbulentos, él debe mostrarse
terrible y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a las
leyes, ni constituciones, ínterin no se restablece la felicidad y la paz.
[19]
Caracas tuvo mucho que padecer
por defecto de la confederación, que lejos de socorrerla le agotó sus caudales
y pertrechos; y cuando vino el peligro la abandonó a su suerte, sin auxiliarla
con el menor contingente. Además, le aumentó sus embarazos habiéndose empeñado
una competencia entre el poder federal y el provincial, que dio lugar a que los
enemigos llegasen al corazón del Estado, antes que se resolviese la cuestión de
si deberían salir las tropas federales o provinciales, o rechazarlos cuando ya
tenían ocupada una gran porción
de la Provincia. Esta fatal contestación produjo una demora que fue terrible
para nuestras armas. Pues las derrotaron en San Carlos sin que les llegasen los
refuerzos que esperaban para vencer.
[20]
Yo soy de sentir que mientras no
centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más
completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las
disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de
bandidos que infestan nuestras comarcas.
[21]
Las elecciones populares hechas
por los rústicos del campo y por los intrigantes moradores de las ciudades,
añaden un obstáculo más a la práctica de la federación entre nosotros, porque
los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros
tan ambiciosos que todo lo convierten en facción; por lo que jamás se vio en Venezuela
una votación libre y acertada, lo que ponía al gobierno en manos de hombres ya
desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espíritu de partido decidía
en todo, y por consiguiente nos desorganizó más de lo que las circunstancias
hicieron. Nuestra
división, y no las armas
españolas, nos tornó a la esclavitud.
[22]
El terremoto del 26 de marzo
trastornó, ciertamente, tanto lo físico como lo moral, y puede llamarse
propiamente la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas este mismo suceso
habría tenido lugar, sin producir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera
gobernado entonces por una sola autoridad, que obrando con rapidez y vigor hubiese
puesto remedio a los daños, sin trabas ni competencias que retardando el efecto
de las providencias dejaban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incurable.
[23]
Si Caracas, en lugar de una
confederación lánguida e insubsistente, hubiese establecido
un gobierno sencillo, cual lo
requería su situación política y militar, tú existieras ¡Oh
Venezuela! y gozaras hoy de tu
libertad.
[24]
La influencia eclesiástica tuvo,
después del terremoto, una parte muy considerable en la sublevación de los
lugares y ciudades subalternas, y en la introducción de los enemigos en el
país, abusando sacrílegamente de la santidad de su ministerio en favor de los promotores
de la guerra civil. Sin embargo, debemos confesar ingenuamente que estos traidores
sacerdotes se animaban a cometer los execrables crímenes de que justamente se
les acusa porque la impunidad de los delitos era absoluta, la cual hallaba en
el Congreso un escandaloso abrigo, llegando a tal punto esta injusticia que de
la insurrección de la ciudad de Valencia, que costo su pacificación cerca de
mil hombres, no se dio a la vindicta de las leyes un solo rebelde, quedando todos
con vida, y los más con sus bienes.
[25]
De lo referido se deduce que
entre las causas que han producido la caída de Venezuela, debe colocarse en
primer lugar la naturaleza de su constitución, que, repito, era tan contraria a
sus intereses como favorables a los de sus contrarios. En segundo, el espíritu de
misantropía que se apoderó de nuestros gobernantes. Tercero: la oposición al establecimiento
de un cuerpo militar que salvase la República y repeliese los choques que le
daban los españoles. Cuarto: El terremoto acompañado del fanatismo que logró sacar
de este fenómeno los más importantes resultados; y últimamente las facciones internas
que en realidad fueron el mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro.
[26]
Estos ejemplos de errores e
infortunios no serán enteramente inútiles para los pueblos de la América
meridional, que aspiran a la libertad e independencia.
[27]
La Nueva Granada ha visto
sucumbir a Venezuela; por consiguiente debe evitar los escollos que han
destrozado a aquella. A este efecto presento como una medida indispensable para
la seguridad de la Nueva Granada la reconquista de Caracas. A primera vista
parecerá este proyecto inconducente, costoso y quizá impracticable; pero examinando
atentamente con ojos previsivos, y una meditación profunda, es imposible desconocer
su necesidad como dejar de ponerlo en ejecución, probada la utilidad.
[28]
Lo primero que se presenta en
apoyo de esta operación es el origen de la destrucción de Caracas, que no fue
otro que el desprecio con que miró aquella ciudad la existencia de un enemigo
que parecía pequeño, y no lo era considerándolo en su verdadera luz.
[29]
Coro ciertamente no habría podido
nunca entrar en competencia con Caracas, si la comparamos, en sus fuerzas
intrínsecas, con ésta; más como en el orden de las vicisitudes humanas no es
siempre la mayoría de la masa física la que decide, sino que es la superioridad
de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política, no debió el
Gobierno de Venezuela, por esta razón, haber descuidado la extirpación de un enemigo,
que aunque aparentemente débil tenía por auxiliares a la Provincia de Maracaibo;
a todas las que obedecen a la Regencia; el oro y la cooperación de nuestros eternos
contrarios, los europeos que viven con nosotros; el partido clerical, siempre adicto
a su apoyo y compañero el despotismo; y sobre todo, la opinión inveterada de cuantos
ignorantes y supersticiosos contienen los límites de nuestros estados. Así fue que
apenas hubo un oficial traidor que llamase al enemigo, cuando se desconcertó la
máquina política, sin que los
inauditos y patrióticos esfuerzos que hicieron los defensores de Caracas,
lograsen impedir la caída de un edificio ya desplomado por el golpe que recibió
de un solo hombre.
[30]
Aplicando el ejemplo de Venezuela
a la Nueva Granada y formando una proporción, hallaremos que Coro es a Caracas
como Caracas es a la América entera; consiguientemente el peligro que amenaza a
este país está en razón de la anterior progresión, porque poseyendo la España
el territorio de Venezuela, podrá con facilidad sacarle hombres y municiones de
boca y guerra, para que bajo la dirección de jefes experimentados contra los
grandes maestros de la guerra, los franceses, penetren desde las Provincias de
Barinas y Maracaibo hasta los últimos confines de la América meridional.
[31]
La España tiene en el día gran
número de oficiales generales, ambiciosos y audaces, acostumbrados a los
peligros y a las privaciones, que anhelan por venir aquí, a buscar un imperio
que reemplace el que acaban de perder.
[32]
Es muy probable que al expirar la
Península, haya una prodigiosa emigración de hombres de toda clase, y
particularmente de cardenales, arzobispos, obispos, canónigos y clérigos
revolucionarios, capaces de subvertir, no sólo nuestros tiernos y lánguidos estados,
sino de envolver el Nuevo Mundo entero en una espantosa anarquía. La influencia
religiosa, el imperio de la dominación civil y militar, y cuantos prestigios pueden
obrar sobre el espíritu humano, serán otros tantos instrumentos de que se
valdrán para someter estas
regiones.
[33]
Nada se opondrá a la emigración
de España. Es verosímil que la Inglaterra proteja la evasión de un partido que
disminuye en parte las fuerzas de Bonaparte en España, y trae consigo el
aumento y permanencia del suyo en América. La Francia no podrá impedirla; tampoco
Norteamérica; y nosotros menos aún pues careciendo todos de una marina respetable,
nuestras tentativas serán vanas.
[34]
Estos tránsfugos hallarán
ciertamente una favorable acogida en los puertos de Venezuela, como que vienen
a reforzar a los opresores de aquel país y los habilitan de medios para
emprender la conquista de los estados independientes.
[35]
Levantarán quince o veinte mil
hombres que disciplinarán prontamente con sus jefes, oficiales, sargentos, cabos
y soldados veteranos. A este ejército seguirá otro todavía más temible de
ministros, embajadores, consejeros, magistrados, toda la jerarquía eclesiástica
y los grandes de España, cuya profesión es el dolo y la intriga, condecorados
con ostentosos títulos, muy adecuados para deslumbrar a la multitud; que derramándose
como un torrente, lo inundará todo arrancando las semillas y hasta las raíces
del árbol de la libertad de Colombia. Las tropas combatirán en el campo; y
éstos, desde sus gabinetes, nos harán la guerra por los resortes de la
seducción y del fanatismo.
[36]
Así pues, no queda otro recurso
para precabernos de estas calamidades, que el de pacificar rápidamente nuestras
provincias sublevadas, para llevar después nuestras armas contra las enemigas;
y formar de este modo soldados y oficiales dignos de llamarse las columnas de
la patria.
[37]
Todo conspira a hacernos adoptar
esta medida; sin hacer mención de la necesidad urgente que tenemos de cerrarle
las puertas al enemigo, hay otras razones tan poderosas para determinarnos a la
ofensiva, que sería una falta militar y política inexcusable, dejar de hacerlo.
Nosotros nos hallamos invadidos, y por consiguiente forzados a rechazar al enemigo
más allá de la frontera. Además, es un principio del arte que toda guerra defensiva
es perjudicial y ruinosa para el que la sostiene; pues lo debilita sin
esperanza
de indemnizarlo; y que las
hostilidades en el territorio enemigo siempre son provechosas, por el bien que
resulta del mal del contrario; así, no debemos, por ningún motivo, emplear la
defensiva.
[38]
Debemos considerar también el
estado actual del enemigo, que se halla en una posición muy crítica,
habiéndoseles desertado la mayor parte de sus soldados criollos; y teniendo al
mismo tiempo que guarnecer las patrióticas ciudades de Caracas, Puerto Cabello,
La Guaira, Barcelona, Cumaná y Margarita, en donde existen sus depósitos, sin
que se atrevan a desamparar estas plazas, por temor de una insurrección general
en el acto de separarse de ellas. De modo que no sería imposible que llegasen
nuestras tropas hasta las puertas de Caracas, sin haber dado una batalla
campal.
[39]
Es una cosa positiva que en
cuanto nos presentemos en Venezuela, se nos agregan millares de valerosos
patriotas, que suspiran por vernos parecer, para sacudir el yugo de sus tiranos
y unir sus esfuerzos a los nuestros en defensa de la libertad.
[40]
La naturaleza de la presente
campaña nos proporciona la ventaja de aproximarnos a Maracaibo por Santa Marta,
y a Barinas por Cúcuta.
[41]
Aprovechemos, pues, instantes tan
propicios; no sea que los refuerzos que incesantemente deben llegar de España,
cambien absolutamente el aspecto de los negocios y perdamos, quizás para
siempre, la dichosa oportunidad de asegurar la suerte de estos estados.
[42]
El honor de la Nueva Granada exige imperiosamente
escarmentar a esos osados invasores, persiguiéndolos hasta sus últimos atrincheramientos.
Como su gloria depende de tomar a su cargo la empresa de marchar a Venezuela, a
libertar la cuna de la independencia colombiana, sus mártires y aquel benemérito
pueblo caraqueño, cuyos clamores sólo se dirigen a sus amados compatriotas los
granadinos, que ellos aguardan con una mortal impaciencia, como a sus
redentores. Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las
mazmorras, siempre esperando su salvación de vosotros; no burléis su confianza;
no seáis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar
al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido, y libertad a todos.
Cartagena de Indias, diciembre 15
de 1812.
Simón Bolívar