Debido al decreto
presidencial relativo al 9 de marzo como día del anti imperialismo porque ese
día cuando se hizo público el otro decreto emanado de la Casa Blanca, mediante al
cual se establece una formalidad legal que consiste en declarar a la República
Bolivariana de Venezuela, una amenaza para la Seguridad de aquel gobierno.
Para entender la
motivación política de semejante actitud debemos remitirnos tan solo a lo que
en realidad representa a nivel político que el Estado Venezolano lleve a la
praxis, el proyecto político bolivariano, porque si fuese solamente el ideal,
vale decir que el asunto se quedara en pensamientos y palabras, podemos decir
hasta groserías. Pero en la Realidad Histórica, la praxis bolivariana tiene un
significado que va más allá de lo que se puede apreciar en la superficie.
En seguida surge la necesidad de apoyar la iniciativa de seleccionar algún texto que sirva de lectura previa que permita a los estudiantes, la posibilidad de reflexionar sobre el tema.
En seguida surge la necesidad de apoyar la iniciativa de seleccionar algún texto que sirva de lectura previa que permita a los estudiantes, la posibilidad de reflexionar sobre el tema.
Eudaimonia: integración armónica del ethos con el daemon |
El concepto de imperio y las actitudes imperiales datan de la antigüedad. Imperialismo como doctrina de lo imperial, hablando en términos coloquiales responde a la disciplina o doctrina en este caso. El paracaidismo, por ejemplo corresponde al siglo XX, aunque allá en Florencia durante el siglo XV Leonardo hubiera diseñado un paracaídas.
Fue necesario aclarar
con esta analogía para que entiendan que fue en abril de 1916 cuando comenzó a entrar
en vigencia el término imperialismo como categoría de la filosofía política.
Cuando fue acuñado como término, también es una categoría de la politología y
de la historia.
Hannah Arendt (1906 1975) |
I.- Como primera lectura
presentamos:
Prólogo a Imperialismo,
Fase superior del Capitalismo, (Lectura popular) de Lenin.
Este libro, como ha quedado dicho en el prólogo de la
edición rusa, fue escrito en 1916, teniendo en cuenta la censura zarista.
Actualmente, no tengo la posibilidad de rehacer todo el texto; por otra parte,
sería inútil, ya que el fin principal del libro, hoy como ayer, consiste en
ofrecer, con ayuda de los datos generales irrefutables de la estadística
burguesa y de las declaraciones de los sabios burgueses de todos los países, un
cuadro de conjunto de la economía mundial capitalista en sus relaciones internacionales,
a comienzos del siglo XX, en vísperas de la primera guerra mundial
imperialista.
Hasta cierto grado será incluso útil a muchos comunistas
de los países capitalistas avanzados persuadirse por el ejemplo de este libro, legal,
desde et punto de vista de la censura zarista, de que es posible -- y
necesario -- aprovechar hasta esos pequeños resquicios de legalidad que todavía
les quedan a éstos, por ejemplo, en la América actual o en Francia,
pág. 4
después de los recientes encarcelamientos de casi todos los comunistas,
para demostrar todo el embuste de las concepciones y de las esperanzas
socialpacifistas en cuanto a la "democracia mundial".
Intentaré dar en este prólogo los complementos más indispensables
a este libro censurado.
Vladimir Ilych Lenin (1870 1924) |
En esta obra hemos probado que la guerra de 1914-1918 ha
sido, de ambos lados beligerantes, una guerra imperialista (esto es, una guerra
de conquista, de bandidaje y de robo), una guerra por el reparto del mundo, por
la partición y el nuevo reparto de las colonias, de las "esferas de
influencia" del capital financiero, etc.
Pues la prueba del verdadero carácter social o, mejor
dicho, del verdadero carácter de clase de una guerra no se encontrará, claro
está, en la historia diplomática de la misma, sino en el análisis de la
situación objetiva de las clases dirigentes en todas las
potencias beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva, no hay que tomar
ejemplos y datos aislados (dada la infinita complejidad de los fenómenos de la
vida social, se puede siempre encontrar un número cualquiera de ejemplos o
datos aislados, susceptibles de confirmar cualquier tesis), sino
indefectiblemente el conjunto de los datos sobre los fundamentos
de la vida económica de todas las potencias beligerantes y del mundo entero.
Me he apoyado precisamente en estos datos generales
irrefutables al describir el reparto del mundo en 1876 y en 1914 (§ VI)
y el reparto de los ferrocarriles en todo el globo en 1890 y en 1913 (§ VII).
Los ferrocarriles constituyen el
pág. 5
balance de las principales ramas de la industria capitalista, de la
industria del carbón y del hierro; el balance y el índice más notable del
desarrollo del comercio mundial y de la civilización democráticoburguesa. En
los capítulos precedentes de este libro, exponemos la conexión entre los
ferrocarriles y la gran producción, los monopolios, los sindicatos patronales,
los cartels, los trusts, los bancos y la oligarquía financiera. La distribución
de la red ferroviaria, la desigualdad de esa distribución y de su desarrollo,
constituyen el balance del capitalismo moderno, monopolista, en la escala
mundial. Y este balance demuestra la absoluta inevitabilidad de las guerras
imperialistas sobre esta base económica, en tanto que subsista la
propiedad privada de los medios de producción.
La construcción de ferrocarriles es en apariencia una
empresa simple, natural, democrática, cultural, civilizadora: se presenta como
tal ante los ojos de los profesores burgueses, pagados para embellecer la
esclavitud capitalista, y ante los ojos de los filisteos pequeñoburgueses. En
realidad, los múltiples lazos capitalistas, por medio de los cuales esas
empresas se hallan ligadas a la propiedad privada sobre los medios de
producción en general, han transformado esa construcción en un medio para
oprimir a mil millones de seres (en las colonias y en las semicolonias),
es decir, a más de la mitad de la población de la tierra en los países
dependientes y a los esclavos asalariados del capital en los países
"civilizados".
La propiedad privada fundada en el trabajo del pequeño
patrono, la libre concurrencia, la democracia, todas esas consignas por medio
de las cuales los capitalistas y su prensa engañan a los obreros y a los
campesinos, pertenecen a un pasado lejano. El capitalismo se ha transformado en
un
pág. 6
sistema universal de opresión colonial y de estrangulación financiera de
la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países
"avanzados". Este "botín" se reparte entre dos o tres
potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta los dientes (Estados
Unidos, Inglaterra, Japón), que, por el reparto de su botín, arrastran a su
guerra a todo el mundo.
III
La paz de Brest-Litovsk, dictada por la monárquica
Alemania, y la paz aún más brutal e infame de Versalles, impuesta por las
repúblicas "democráticas" de América y de Francia y por la
"libre" Inglaterra, han prestado un servicio extremadamente útil a la
humanidad, al desenmascarar al mismo tiempo a los coolíes de la pluma a sueldo
del imperialismo y a los pequeños burgueses reaccionarios -- aunque se llamen
pacifistas y socialistas --, que celebraban el "wilsonismo" y
trataban de hacer ver que la paz y las reformas son posibles bajo el
imperialismo.
Decenas de millones de cadáveres y de mutilados, víctimas
de la guerra -- esa guerra que se hizo para resolver la cuestión de si el grupo
inglés o alemán de bandoleros financieros recibiría una mayor parte del botín
--, y encima, estos dos "tratados de paz" hacen abrir, con una
rapidez desconocida hasta ahora, los ojos de millones y decenas de millones de
hombres atemorizados, aplastados, embaucados y engañados por la burguesía.
Sobre la ruina mundial creada por la guerra, se agranda así la crisis
revolucionaria mundial, que, por largas y duras que sean las peripecias que
atraviese, no podrá terminar sino con la revolución proletaria y su victoria.
pág. 7
El Manifiesto de Basilea de la II Internacional, que, en
1912, caracterizó precisamente la guerra que estalló en 1914 y no la guerra en
general (hay diferentes clases de guerra; hay también guerras revolucionarias),
ha quedado como un monumento que denuncia toda la vergonzosa bancarrota, toda
la traición de los héroes de la II Internacional.
Por eso, uno el texto de ese Manifiesto como apéndice a
esta edición, advirtiendo una y otra vez a los lectores que los héroes de la II
Internacional rehuyen con empeño todos los pasajes del Manifiesto que hablan
precisa, clara y directamente de la relación entre esta guerra que se avecinaba
y la revolución proletaria, con el mismo empeño con que un ladrón evita el
lugar donde cometió el robo.
IV
Hemos prestado en
este libro una atención especial a la crítica del "kautskismo", esa
corriente ideológica internacional representada en todos los países del mundo
por los "teóricos más eminentes", por los jefes de la II
Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay MacDonald y otros en Inglaterra,
Albert Thomas en Francia, etc., etc.) y por un número infinito de socialistas,
de reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos.
Esa corriente ideológica, de una parte, es el producto de
la descomposición, de la putrefacción de la II Internacional y, de otra parte,
es el fruto inevitable de la ideología de los pequeños burgueses, a quienes
todo el ambiente los hace prisioneros de los prejuicios burgueses y
democráticos.
En Kautsky y las gentes de su calaña, tales concepciones
significan precisamente la abjuración completa de los funda-
pág. 8
mentos revolucionarios del marxismo, defendidos por Kautsky durante
decenas de años, sobre todo, dicho sea de paso, en la lucha contra el
oportunismo socialista (de Bernstein, Millerand, Hyndman, Gompers, etc.). Por
eso, no es un hecho casual que los "kautskistas" de todo el mundo se
hayan unido hoy, práctica y políticamente, a los oportunistas más extremos (a
través de la II Internacional o Internacional amarilla) y a los gobiernos burgueses
(a través de los gobiernos de coalición burgueses con participación
socialista).
El movimiento proletario revolucionario en general, que
crece en todo el mundo, y el movimiento comunista en particular, no puede dejar
de analizar y desenmascarar los errores teóricos del "kautskismo".
Esto es tanto más necesario cuanto que el pacifismo, y el
"democratismo" en general -- que no sienten pretensiones de marxismo,
pero que, enteramente al igual que Kautsky y Cía., disimulan la profundidad de
las contradicciones del imperialismo y la ineluctabilidad de la crisis
revolucionaria engendrada por éste -- son corrientes que se hallan todavía
extraordinariamente extendidas por todo el mundo. La lucha contra tales
tendencias es el deber del partido del proletariado, que debe arrancar a la
burguesía los pequeños propietarios que ella engaña y los millones de
trabajadores cuyas condiciones de vida son más o menos pequeñoburguesas.
Es menester decir unas palabras a propósito del capítulo
VIII: "El parasitismo y la descomposición del capitalismo". Como lo
hacemos ya constar en este libro, Hilferding, antiguo "marxista",
actualmente compañero de armas de Kautsky y
pág. 9
uno de
los principales representantes de la política burguesa, reformista, en el seno
del "Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania"[4], ha dado
en esta cuestión un paso atrás con respecto al inglés Hobson, pacifista y
reformista declarado. La escisión internacional de todo el movimiento
obrero aparece ahora de una manera plena (II y III Internacional). La lucha
armada y la guerra civil entre las dos tendencias es también un hecho evidente:
en Rusia, apoyo de Kolchak y de Denikin por los mencheviques y los
"socialistas-revolucionarios" contra los bolcheviques; en
Alemania, Scheidemann, Noske y Cía. con la burguesía contra los espartaquistas[5]; y lo
mismo en Finlandia, en Polonia, en Hungria, etc. ¿Dónde está la base económica
de este fenómeno histórico-mundial?
Se encuentra precisamente en el parasitismo y en la descomposición del
capitalismo, inherentes a su fase histórica superior, es decir, al imperialismo.
Como lo demostramos en este libro, el capitalismo ha destacado ahora un puñado
(menos de una décima parte de la población de la tierra, menos de un quinto,
calculando "por todo lo alto") de Estados particularmente ricos y
poderosos, que saquean a todo el mundo con el simple "recorte del
cupón". La exportación de capital da ingresos que se elevan a ocho o diez
mil millones de francos anuales, de acuerdo con los precios de antes de la
guerra y según las estadísticas burguesas de entonces. Naturalmente, ahora eso
representa mucho más.
Es evidente que una supetganancia tan gigantesca (ya que los
capitalistas se apropian de ella, además de la que exprimen a los obreros de su
"propio" país) permite corromper a los dirigentes obreros y a
la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalistas de los países
"avanzados" los
pág. 10
corrompen,
y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas, abiertas y ocultas.
Esta capa de obreros aburguesados o de "aristocracia obrera",
completamente pequeños burgueses en cuanto a su manera de vivir, por la cuantía
de sus emolumentos y por toda su mentalidad, es el apoyo principal de la
Segunda Internacional, y, hoy día, el principal apoyo social (no
militar) de la burguesía. Pues éstos son los verdaderos agentes de la
burguesía en el seno del movimiento obrero, los lugartenientes
obreros de la clase capitalista (labour lieutenants of the capitalist class),
los verdaderos portadores del reformismo y del chovinismo. En la guerra civil
entre el proletariado y la burguesía se ponen inevitablemente, en número no
despreciable, al lado de la burguesía, al lado de los "versalleses"
contra los "comuneros".
Sin haber comprendido las raíces económicas de ese fenómeno, sin haber
alcanzado a ver su importancia política y social, es imposible dar el menor
paso hacia la solución de las tareas prácticas del movimiento comunista y de la
revolución social que se avecina.
El imperialismo es el preludio de la revolución social del proletariado.
Esto ha sido confirmado, en una escala mundial, desde 1917.
N. LENIN
6 de
julio de 1920 Fuente, texto completo disponible en http://www.formacion.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2013/06/El-imperialismo-fase-superior-del-capitalismo.pdf
II.- El segundo texto
lo tomamos de la última edición de Los Orígenes del Imperialismo, en esta
edición vienen los tres títulos que originalmente se habían identificado, con
el anti semitismo, imperialismo y
totalitarismo, bajo el título de Orígenes del Totalitarismo, realizada por la
Editorial Taurus, en esta tercera edición de 2001, cuyos manuscritos provienen
de 1949 y fueron publicados entre 1951 a 1973 en significativo número de
ediciones en diferentes idiomas. En español la tenemos desde 1973.
PROLOGO
A LA SEGUNDA PARTE:
Rara
vez pueden ser fechados con tanta precisión los comienzos de un período
histórico y raramente
fueron tan buenas las posibilidades de los observadores contemporáneos para ser
testigos
de su
preciso final como en el caso de la era imperialista. Porque el imperialismo,
que surgió del colonialismo
y tuvo su origen en la incongruencia del sistema Nación-Estado con el
desarrollo económico
e industrial del último tercio del siglo XIX, comenzó su política de la
expansión por la expansión
no antes de 1884, y esta nueva versión de la política de poder era tan
diferente de las conquistas nacionales
en las guerras fronterizas como del estilo romano de construcción imperial. Su fin
pareció inevitable tras «la liquidación del Imperio de Su Majestad» que
Churchill se había negado
a «presidir» y se tornó un hecho consumado con la declaración de la independencia
india. El hecho
de que los británicos liquidaran voluntariamente su dominación colonial sigue
siendo uno de los
acontecimientos más trascendentales de la historia del siglo XX. De esa
liquidación resultó la imposibilidad
de que ninguna nación europea pudiera seguir reteniendo sus posesiones
ultramarinas.
La
única excepción es Portugal, y su extraña capacidad para continuar una lucha a
la que han
tenido que renunciar todas las demás potencias coloniales europeas puede ser
más debida a su atraso
nacional que a la dictadura de Salazar; porque no fue sólo la mera debilidad o
el cansancio debido
a dos asesinas guerras en una sola generación, sino también los escrúpulos
morales y las aprensiones
políticas de las Naciones-Estados completamente desarrolladas, los que se pronunciaron
contra medidas extremas, la introducción de «matanzas administrativas» (A.
Carthill) que
podían haber destrozado la rebelión no violenta en la India y contra una
continuación del «gobierno
de las razas sometidas» (lord Cromer) por obra del muy temido efecto de boomerang
en las
madres patrias. Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todavía
intacta autoridad de De Gaulle,
se atrevió a renunciar a Argelia, a la que siempre había considerado tan parte
de Francia como
el département de la Seine, pareció haberse llegado a un punto
sin retorno.
Cualesquiera
que pudieran haber sido los términos de esta esperanza si la guerra caliente
contra la
Alemania nazi no hubiese sido seguida por la guerra fría entre la Rusia
soviética y los Estados
Unidos,
se siente retrospectivamente la tentación de considerar las dos últimas décadas
como el período
durante el cual los dos países más poderosos de la Tierra pugnaron por lograr
una posición en
una lucha competitiva por el predominio en aquellas mismas regiones
aproximadamente que habían
dominado antes las naciones europeas. De la misma manera, se siente la
tentación de considerar
a la nueva y difícil distensión entre Rusia y América como el resultado de la
aparición de una
tercera potencia mundial, China, más que como la sana y natural consecuencia de
la destotalitarización
de Rusia tras la muerte de Stalin. Y si evoluciones posteriores confirmaran
estas incipientes
interpretaciones, significaría en términos históricos que hemos vuelto, en una
escala enormemente
ampliada, al punto en el que comenzamos, es decir, a la era imperialista y a la
carrera de
colisiones que condujo a la primera guerra mundial.
Se ha
dicho a menudo que los británicos adquirieron su imperio en un momento de
distracción, como
consecuencia de tendencias automáticas, aceptando lo que parecía posible y
resultaba tentador,
más que como resultado de una política deliberada. Si esto es cierto, entonces
el camino al infierno
puede no estar empedrado de intenciones como las buenas a que alude el
proverbio. Y los hechos
objetivos que invitan a retornar a las políticas imperialistas son, desde
luego, tan fuertes hoy, que
uno se inclina a creer mínimamente en la verdad a medias de la declaración, en
las vacuas seguridades
de buenas intenciones por parte de ambos bandos, de un lado, los «compromisos» americanos
con un inviable statu quo de corrupción e incompetencia y, de otro, la
jerga seudorrevolucionaria
rusa acerca de las guerras de liberación nacional. El proceso de construcción nacional
en zonas atrasadas, donde a la ausencia de todos los prerrequisitos para la
independencia nacional
corresponde un chauvinismo creciente y estéril, ha determinado unos enormes
vacíos de poder en los que la competición entre las superpotencias resulta
tanto más fiera cuanto que parece definitivamente
desechado con el desarrollo de las armas nucleares el enfrentamiento directo de
sus medios
de violencia como último «recurso» para resolver todos los conflictos. No sólo
atrae inmediatamente
el potencial o la intervención de las superpotencias cada conflicto entre los pequeños
países subdesarrollados, sea una guerra civil en Vietnam o un conflicto
nacional en Oriente
Medio, sino que sus verdaderos conflictos, o al menos el cronometraje de sus
estallidos, parecen
haber sido manipulados o directamente causados por intereses y maniobras que
nada tienen que
ver con los conflictos e intereses en juego en la misma región. Nada era tan
característico de la política
de poder en la era imperialista como este paso de objetivos de interés nacional
localizados, limitados
y por eso predecibles, a la ilimitada prosecución del poder por el poder que
podía extenderse
por todo el globo y devastarlo sin un seguro objetivo nacional y
territorialmente prescrito
y por eso sin dirección previsible. Esta reincidencia se ha tornado también
evidente en el nivel
ideológico, con la famosa teoría de las fichas de dominó según la cual la
política exterior americana se
siente obligada a llevar la guerra a un país por la integridad de otros que ni
siquiera son vecinos
de ése y que es claramente una nueva versión del antiguo «Gran Juego» cuyas
reglas permitían
e incluso dictaban la consideración de naciones enteras como piedras que
emergen de un río,
o como peones, en la terminología de hoy, para obtener las riquezas y el
dominio de un tercer país
que a su vez se tornaba simple escalón en el inacabable proceso de la
expansión y de la acumulación
del poder. Fue de esta reacción en cadena, inherente a la política imperialista
de poder y
representada a nivel humano por la figura del agente secreto, de la que dijo
Kipling (en Kim): «Cuando
todos están muertos, el Gran Juego está terminado. No antes»; y la única razón
por la que su
profecía no llegó a cumplirse fue la limitación constitucional de la
Nación-Estado, mientras que hoy
nuestra única esperanza de que no llegue a cumplirse en el futuro está basada
en las limitaciones
constitucionales de la República americana y en las limitaciones tecnológicas
de la era nuclear.
Esto
no significa negar que la inesperada resurrección de la política y los medios
imperialistas tiene
lugar en condiciones y circunstancias ampliamente modificadas. La iniciativa de
la expansión ultramarina
se ha desplazado hacia Occidente, desde Inglaterra y la Europa occidental hasta América,
y la iniciativa de la expansión continental en cerrada continuidad geográfica
ya no procede
de la Europa central y oriental, sino que está exclusivamente localizada en Rusia.
Las políticas
imperialistas, más que cualquier otro factor, han sido las que han determinado
la
decadencia
de Europa, y parecen haberse cumplido ya las profecías de los políticos e
historiadores que
afirmaron que los dos gigantes que flanqueaban a las naciones europeas por el
Este y por el Oeste
acabarían por surgir como herederos de su poder. Nadie justifica la expansión
ya mediante la «misión
del hombre blanco», por una parte, y una «ensanchada conciencia tribal» a unir
pueblos de similar
origen étnico, por otra; en vez de eso, oímos hablar de «compromisos» con
Estados clientes, de
las responsabilidades del poder y de la solidaridad con los movimientos
revolucionarios de liberación
nacional. La misma palabra «expansión» ha desaparecido de nuestro vocabulario político,
que ahora emplea los términos «extensión» o, críticamente, «sobreextensión»
para referirse a
algo muy similar. Y lo que resulta políticamente más importante, las
inversiones privadas en tierras
alejadas, originalmente el primer motor de las evoluciones imperialistas, son
hoy superadas por
la ayuda exterior, económica y militar, facilitada directamente por los
Gobiernos. (Sólo en 1966 el
Gobierno americano gastó 4.600 millones de dólares en ayudas y créditos al
exterior, más 1.300 millones
anuales en ayuda militar durante la década 1956-65, mientras que la salida de
capital privado
en 1965 totalizó 3.690 millones de dólares y, en 1966, 3.910 millones)1.
Esto significa que la
era del llamado imperialismo del dólar, la versión específicamente americana
del imperialismo anterior
a la segunda guerra mundial, que fue políticamente la menos peligrosa, está
definitivamente superada.
Las inversiones privadas —«las actividades de un millar de compañías
norteamericanas operando en un centenar de países extranjeros» y «concentradas
en los sectores más modernos, más estratégicos
y más rápidamente crecientes»—crean muchos problemas políticos aunque no se
hallen protegidas
por el poder de la nación2, pero la ayuda
exterior, aunque sea otorgada por razones puramente
humanitarias, es política por naturaleza precisamente porque no está motivada
por la
búsqueda
de un beneficio. Se han gastado miles de millones de dólares en eriales
políticos y económicos
en donde la corrupción y la incompetencia los han hecho desaparecer antes de
que se hubiera
podido iniciar nada productivo, y este dinero ya no es el capital «superfluo»
que no podía ser
invertido productiva y beneficiosamente en la patria, sino el fantástico
resultado de la pura
abundancia
que los países ricos, «los que tienen» en comparación con «los que no tienen»,
pueden permitirse
perder. En otras palabras, el motivo del beneficio, cuya importancia en la
política imperialista
del pasado llegó a ser sobreestimada frecuentemente, ha desaparecido ahora por completo;
sólo los países muy ricos y muy poderosos pueden permitirse soportar las
grandes pérdidas
que supone el imperialismo.
Probablemente,
es aún demasiado pronto (y queda más allá del alcance de mis consideraciones) para
analizar y examinar con algún grado de confianza estas recientes tendencias. Lo
que parece incomódamente
claro incluso ahora es la fuerza de ciertos procesos aparentemente
incontrolables que
tienden a frustrar todas las esperanzas de desarrollo constitucional en las
nuevas naciones y a minar
las instituciones republicanas en las antiguas. Los ejemplos son excesivos para
permitir siquiera
una sumaria enumeración, pero la aparición de un «gobierno invisible» de los
servicios secretos
cuyo alcance en la política interior, en los sectores cultural, docente y
económico de nuestra
vida, sólo recientemente se ha revelado, es un signo demasiado ominoso para
dejarlo pasar en
silencio. No hay razón para dudar de la afirmación de míster Allen W. Dulles
según la cual los servicios
de inteligencia han disfrutado en este país desde 1947 de «una posición más
influyente en nuestro
Gobierno de la que disfrutan los servicios de inteligencia en cualquier otro
Gobierno del mundo»3; ni
hay razón para creer que esa influencia haya disminuido desde que formuló su declaración
en 1958. Se ha señalado a menudo el peligro mortal que el «Gobierno invisible»
supone para
las instituciones del «Gobierno visible»; lo que resulta quizá menos conocido
es la íntima conexión
tradicional entre la política imperialista y la dominación por el «Gobierno
invisible» y los agentes
secretos. Es un error creer que la creación de una red de servicios secretos en
este país tras la
segunda guerra mundial fue una respuesta a la amenaza directa que para su
supervivencia nacional
suponía la red de espionaje de la Rusia soviética; la guerra había impulsado a
los Estados Unidos
a la posición de la mayor potencia mundial, y fue esta potencia mundial, más
que su existencia
nacional, la desafiada por la potencia revolucionaria del comunismo dirigido
desde Moscú 4.
Cualesquiera
que sean las causas de la ascensión americana al poder mundial, la deliberada prosecución
de una política exterior encaminada a ese poder o una aspiración al dominio
global no figuran
entre ellas. Y cabe decir lo mismo respecto de los pasos recientes y todavía de
tanteo del país
en dirección a una política de poder imperialista para la que su forma de
gobierno está menos preparada
que la de cualquier otro país. El enorme foso entre los países occidentales y
el resto del mundo
no sólo y no primariamente en riqueza, sino en educación, dominio técnico y
competencia en
general, ha atormentado las relaciones internacionales desde el comienzo
incluso de una genuina política
mundial. Y este vacío, lejos de disminuir en las últimas décadas bajo la
presión de unos sistemas
de comunicaciones en rápido desarrollo y la resultante reducción de las
distancias terrestres, ha aumentado
constantemente y está cobrando ahora proporciones verdaderamente alarmantes.
«Las tasas de crecimiento demográfico en los países menos desarrollados son
ahora dobles
de las de los países más avanzados»5, y cuando este
factor bastaría para que fuera imperativo asistirles
con excedentes alimenticios y con excedentes de conocimiento tecnológico y
político, es ese
mismo factor el que invalida toda ayuda. Obviamente, cuanto mayor sea la
población, menor ayuda
per capita recibirá, y la verdad de la cuestión es que después de dos
décadas de programas de ayuda
masiva, todos los países que para empezar no han sido capaces de ayudarse a sí
mismos — como
ha sido el Japón— son ahora más pobres y están más alejados que nunca de
cualquier estabilidad
económica o política. Por lo que se refiere a las posibilidades del
imperialismo, esta situación
las consolida temiblemente por la sencilla razón de que nunca han importado
menos las puras
cifras; la dominación blanca en Sudáfrica, donde la minoría tiránica es
superada hoy en una proporción
de diez a uno, no ha estado probablemente nunca más segura que hoy. Es esta
situación objetiva
la que convierte a toda la ayuda exterior en instrumento de dominación
extranjera y coloca a
todos los países que precisan de esta ayuda por sus decrecientes probabilidades
de supervivencia física
ante la alternativa de aceptar alguna forma de «gobierno de razas sometidas» o
hundirse rápidamente en
una anárquica ruina.
Este
libro se refiere solamente al imperialismo colonial estrictamente europeo, cuyo
final sobrevino
con la liquidación de la dominación británica en la India. Narra la historia de
la desintegración
de la Nación-Estado que demostró contener casi todos los elementos necesarios
para la
subsiguiente aparición de los movimientos y Gobiernos totalitarios. Antes de la
era imperialista no
existía nada que fuera una política mundial, y sin ella carecía de sentido la
reivindicación totalitaria
de dominación global. Durante este período el sistema de la Nación-Estado se
mostró incapaz
tanto de concebir nuevas normas para manejar los asuntos exteriores que se
habían convertido
en asuntos globales como de hacer observar una Pax Romana en el resto del
mundo. Su
pobreza
y su miopía políticas concluyeron en el desastre del totalitarismo, cuyos
horrores sin precedentes
han oscurecido los ominosos acontecimientos y la mentalidad aún más ominosa del período
anterior. La investigación erudita se ha concentrado casi exclusivamente en la
Alemania de Hitler
y en la Rusia de Stalin a expensas de sus menos dañinos predecesores. El
dominio imperialista,
excepto cuando se trata de utilizar esa denominación, parece casi olvidado, y
la razón principal
de que ese hecho resulte deplorable es que en los años recientes su importancia
en los acontecimientos
contemporáneos se ha tornado más que evidente. De esta manera la controversia sobre
la guerra no declarada por los Estados Unidos en Vietnam se ha formulado desde
ambos bandos
en términos de analogías con Munich o con otros ejemplos extraídos de los años
30, cuando la
dominación totalitaria era el único peligro claro presente y omnipresente; pero
las amenazas de la política
de hoy en hechos y palabras tienen un más portentoso parecido con los hechos y
las justificaciones
verbales que precedieron al estallido de la primera guerra mundial, cuando una chispa
en una región periférica de interés secundario para todos los interesados podía
iniciar una conflagración
mundial.
Subrayar
la desgraciada importancia que este medio olvidado período tiene para los acontecimientos
contemporáneos no significa, desde luego, ni que la suerte esté echada y
estemos entrando
en un nuevo período de políticas imperialistas, ni que en todas las
circunstancias deba acabar
el imperialismo en los desastres del totalitarismo. Por mucho que seamos
capaces de saber
del
pasado, ello no nos permitirá conocer el futuro.
HANNAH ARENDT
Julio de 1967.
IV.- Para el Pensamiento Anti imperialista Venezolano
V.- Reflexiones y documentos en torno al proyecto geo político mirandiano de integración y libertad: Haga Clic
V.- Reflexiones y documentos en torno al proyecto geo político mirandiano de integración y libertad: Haga Clic
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